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Sin vergüenza

El sin vergüenza (léase junto o separado) vive su siglo de Oro.

En breve vamos a superar la barrera del sonido, en atrocidades y mentiras. No es que las ratas de alcantarilla huelan a podrido, es algo natural. Es que muchos ciudadanos de primera línea destinados a redimir, a glosar, a dirigir al pueblo con sus palabras y actos se bañan alegremente en ese líquido viscoso y negruzco sin perder la cara ni la sonrisa, sin cambiar de expresión, sin rubor, sin ningún atisbo de dilema moral, sin vergüenza. Repiten la jugada y vuelven a caer de pie. Como mucho, los ponen a parir en Twitter. La amoralidad consciente es un traje que se ponen por la mañana y del que se olvidan hasta que llega la noche, noche que aprovechan para dormir a pierna suelta. El remordimiento o el simple acto reflejo de la mala conciencia es una memez improductiva y una pérdida de tiempo.

Hay que decir que ninguna nueva era llega por casualidad. Además, la lista de desentendidos bien situados es extensa, y eso anima a más a probar suerte, a encontrar un sitio caliente en la palestra de las vanidades con muy pocas consecuencias jurídicas o sociales.

Como pequeño ejemplo local, hablemos de pasada, sólo de pasada, de las tramas de corrupción donde están todos los nombres intocables que hacen de Madrid la capital más relaxing del planeta. Si la gente no se fiara de los jueces arrellanados en los sillones del añejo gran patriarca y sus acólitos, si acaso hubiese consecuencias electorales por ello y se dividiese el voto, la estrategia es hacer piña democrática de coalición para salvar el último pellejo que quedaba por salvar : el ejecutivo. Luego podrán ofenderse con aspavientos de pacotilla o, simplemente, no pestañear si se les recuerda su filiación o hermandad política, o si se alude a su entorno lleno de pringue hasta los sótanos, a pesar de que su rastro coletea y coleteará mal disimulado bajo ese carísimo y carismático desodorante. Llevan el espíritu de la cofradía en el ADN como los antiguos hombres llevaban el instinto de supervivencia, aunque se dividan en pandillas más o menos pijas o más o menos macarras.

Hablando de antiguos hombres, ¿se han dado cuenta de que vuelve el hombre de antaño? El hombre prehistórico está de moda, y era de esperar. El que no piensa, el que actúa, al que se le han hinchado las razones y viene a recuperar sus derechos : últimamente ha estado de actualidad el de pernada -también llamado abuso-, y ahora el de deslizar la mano hasta los pechos y manosearlos como si se estuviera haciendo masa para pizza, porque -defiende algún dramaturgo- el hombre es así y menos mal, y la que no quiera « ligar » que grite.

El neohombrismo apoyado por las estadísticas surrealistas que divulgan ciertos partidos políticos, ciertos presentadores, ciertos toreros, acusan a la mujer y victimizan al macho que vuelve para recuperar sus fueros, esta vez bien protegido, alentado en una anarquia comportamental y un integrismo sexual desprovisto de empatía. La interpretación heterodoxa que legitima la desigualdad también presenta como naturales los instintos más groseros e incívicos, devolviéndonos una imagen social de la relación hombre-mujer que, en otro tiempo nos hubiese parecido una improbable distopía, como nos lo parece hoy « El cuento de la criada ».

Y mientras tanto, como en esos sueños que se repiten hasta el infinito, revivimos una y otra vez las negociaciones a lo Pimpinela de PSOE-Podemos. Nada puede salir bien con el espectáculo desolador de un eterno presidente en funciones que, a pesar de anunciar un gobierno progresista, no quiere salir del armario de centro-derecha por mucho que entone « Dime que me quieres » al ingrato de Iglesias. La confianza reina y no es para menos. Según su vicepresidenta de cemento armado, cuando era Sánchez decía una cosa pero ahora que además es presidente dice otra, debe ser por eso que a pesar de haber entendido semánticamente « con Rivera no » le tendió cándidamente la manita, eso sí, sólo para charlar. Ay, si Albert hubiera querido. Y ahora a bailar en los medios haciendo equilibrios entre lo que se cuece, lo que se come y lo que anuncia el menú, todo ello sin alterar el color de las mejillas, centradísimo en el relato, que le va a quedar de novela.

Esto son sólo apuntes de una historia mayor. La sociedad sin vergüenza (léase junto y separado) está perfectamente instalada, porque la hemos dejado pasar hasta la cocina, crear sus propias reglas y rodearse de sus protectores transversales . Y ahora… para qué disimular.

Covadonga Suárez

Llevan el espíritu de la cofradía en el ADN como los antiguos hombres llevaban el instinto de supervivencia, aunque se dividan en pandillas más o menos pijas o más o menos macarras. Clic para tuitear

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