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Ser/Mostrar

La dicotomía ser/estar concebida como dos partes de lo mismo, tan fundida en esencia que incluso se presenta como un único verbo en otros idiomas, se difumina en el español, hasta tal punto que ahora ser/mostrar se está llevando la palma existencial de los tiempos modernos.

A mí me gusta echarle la culpa de todo a Gran Hermano, como otros se la echan al alcohol, a Dios o al sexo opuesto, con un pequeño regusto de haber mordido la manzana prohibida, tan tentadora, que nos invitaba a mirar por el ojo de la cerradura comodamente instalados, autofinanciados, anónimos y a salvo. La proliferación del cotilleo hasta convertirse en especialidad de la talla de un Informe Semanal tampoco es anodino, pues sirvió para desacomplejar el género y a sus usuarios.

Con el tiempo hubo variantes más o menos interesantes o que invitaban a la superación personal, pero al mismo tiempo empezó su descomposición a través de los formatos extremos, la exhibición de las miserias morales y el despertar del voyeurismo más insano. Así, mientras la telerrealidad se desdoblaba en islas, en plataformas contextualizadas, en platós de contactos, vimos el concepto virar y zozobrar pero siempre a flote y, con todos sus defectos, cada vez más arraigado. Del mismo modo que el cine americano se imbricó, y trenzó la realidad de los Estados Unidos, hasta el punto de no saber en ocasiones si fue antes el huevo o la gallina, o todo al son, así el néctar del nuevo canon visual español ya forma parte de la genética de nuestros castizos cerebros. Un heroico celuloide de lavadero público, un circo romano chic y vulgar, brillante y enlodado.

Desde la implantación interclasista del exitoso fenómeno, nuestra realidad existencial se ha visto sacudida a todos los niveles por un formato donde la presentación precede al contenido. En los ambientes elevados donde cuecen y sirven las habas de todos, el nuevo packaging del ser/mostrar no pasa desapercibido, y los expertos en marketing saben lo que eso significa. El barniz, el nombre, el gesto, la fórmula, la luz, conducen pasillo adelante el atisbo de la información y erizan la piel antes de saber de qué se trata. Es en ese lado más VIP donde se encuentran nuestros políticos que imitan estilos y venden imagen, que proponen en vez de prometer, que despliegan en lugar de instalar. Sus programas son desmontables al igual que sus socios de temporada o sus fichajes de última hora, y asistimos a formaciones dignas de casting cuya trivialidad empieza a pagar los desperfectos. Pero es que nosotros estamos deseando tener fe. Y esa fe que mueve montañas moverá un día las urnas y hará inclinarse las balanzas.

Todo está programado para la opinión pública y eso hace que cuando asistimos a una nota discordante -menos en el caso histórico del PP- todo el decorado se venga abajo con el más ensordecedor estrépito. Eso explica por ejemplo que los candidatos a dirigir la RTVE se vuelvan locos a borrar tuits, que el rastreo enrabiado esté a la orden del día, que las redes sociales se conviertan aleatoriamente en sogas, que el pasado sea un lastre hasta para el mismo Papa.

Es ese el reverso de la moneda, el hilo en la camisa de marca del que se tira y te deja desnudo y a la intemperie de los chacales de dientes más afilados.

La pena es que ahora nos engañan con nada. Y se destruye con todo.

Covadonga Suárez

El néctar del nuevo canon visual español ya forma parte de la genética de nuestros castizos cerebros. Un heroico celuloide de lavadero público, un circo romano chic y vulgar, brillante y enlodado. Clic para tuitear

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