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Sánchez, punto y coma

Sánchez, punto y coma.

Cuando Pedro Sánchez aseguró que aquello era un punto y aparte, y hasta se oyó cantar gol en el interior del palacio de la Moncloa, muchos ciudadanos pensaron que la espera no había sido en vano. Los socialistas se abrazaban en las sedes, y poco les faltó para brindar abiertamente por la nueva era. El progrerío ronroneaba : « por fin, ahora se van a enterar ».

Pero Sánchez, que había estado cinco días meditando, parecía querer compartir únicamente su experiencia reflexiva con la población, y que, todos a una, nos uniéramos a ese budismo político que tan bien le había funcionado a él.

Durante esos días de vacío cósmico, se habían barajado todas las hipótesis : desde una fisura en la roca Sánchez, hasta alguna filtración Pegasiana que estaría a la espera de explotar. Porque aunque el presidente se había expresado, por primera vez en diez años de vida pública, en términos sentimentales, lo cierto es que nos tenía acostumbrados a su coraza infranqueable y a su sonrisa eterna. Nosotros, el pueblo llano y más bien progre, habíamos respetado su silencio porque nadie está a salvo de una sacudida en su fuero mental. Y además, nadie como la izquierda sabe lo que es sufrir en silencio y a gritos los embistes de la derecha, sea el rojo un artista, un político, un periodista o un albañil. Solo el presidente parecía que acababa de enterarse, y haber necesitado cinco días para digerirlo.

Su carta a la ciudadanía nos había sacudido. Algunos decían que se trataba de otro salto mortal de un presidente acostumbrado a morir y a levantarse con gracia. Otros, que esto era un puñetazo en la mesa para volver con más fuerza. Si se iba lo recordaríamos como el presidente trapecista que siempre caía de pie hasta que un esguince mal curado lo retiró definitivamente de los campos de batalla. Si volvía, debía hacerlo para cambiar el curso de nuestra maltrecha democracia.

Sabíamos que este cambio de actitud no se hubiera comprendido sin un punto de inflexión dramático, que una crisis personal legitimaría más que nunca -agarrando por las tripas al hombre de hielo- una batalla definitiva. Por ello, la reflexión que pidió a la ciudadanía en su alocución televisada debía ser el caldo de cultivo necesario para que una sociedad embrutecida por el sálvase quien pueda, la ley del más fuerte y más corrupto, la impunidad de la desinformación, el secuestro de la justicia y el todo vale, se imaginase una democracia digna de ese nombre.

Bien, pues muchas ya la habíamos imaginado y estábamos a la espera. Tras aquel punto y aparte en la cúspide de un retorno medio anunciado, el resto fue un desinflarse y diluirse un tanto inexplicable. Más bien un punto y coma, comodín entre dos aguas, que parecía transformarse en emoji por momentos.

Se había ido y nos había dejado con un «se acabó» resonando en los oídos, porque el buylling político había hecho mella en él a través del acoso personal y judicial a su esposa. Sin embargo, el discurso había cambiado, y sobre la campaña de descrédito que le había llevado a aislarse cinco días, afirmó : «Llevamos diez años sufriéndola. Es grave pero no es lo más relevante. Podemos con ella». La empatía colectiva parecía dar paso al desconcierto, porque si solo había sido una pupa y un bajón, estaría dándole en cierta manera la razón a un torpe y desorientado Feijóo, que lo tachaba de adolescente, solo por insultar, como siempre, en uno de sus múltiples palos de ciego…

Salvo si nos hubiera desvelado algún punto de su nueva hoja de ruta. Y la entrevista anunciada para esa misma noche en la televisión pública parecía augurar la exposición de un plan más concreto. Pero no fue así.

Además de recordar que el PP sigue teniendo la culpa de la no renovación del poder judicial, que él no viene a monopolizar la regeneración democrática, y que toda la sociedad debe seguir reflexionando y debatiendo, Sánchez no ha adelantado ningún plan o pista que justifique realmente su estampida ni su vuelta. La única declaración novedosa ha sido la evidencia en forma de autocrítica de que el lawfare sufrido por otros no le ha importado hasta que le ha tocado a él. Ha sido el último en enterarse de que a la democracia se la estaba comiendo esa máquina del fango de la que tanto habló durante la entrevista. Pero los que tenemos que reflexionar somos los demás. Si los cloaqueros no van a parar, como aseguró, ¿para quién ha hablado en RTVE ? ¿para los que ya lo sabíamos o para los que no les interesa enterarse de nada ?

La frase que Pedro Sánchez pronunció en torno al minuto 19 de su entrevista y que ha dejado un definitivo olor a pólvora mojada en la caja de los fuegos artificiales, ha sido reveladora :

« Si hoy hubiera aparecido en la rueda de prensa con un plan de regeneración democrática pues, muy probablemente, la ciudadanía hubiera visto que había una cierta maniobra, una cierta estrategia, de algo que no es tal. Es una reflexión personal […] »

Pues, no hay más preguntas.

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