Saltar al contenido

La mirada de Rubiales

Ya ha pasado un mes desde el episodio del beso no consentido de Rubiales a Jenni Hermoso y no paro de hacerme la misma pregunta que viene a mi mente así, con estas mismas palabras : ¿Qué hubiese pasado si Rubiales no hubiese sido un auténtico macarra, si no se hubiese agarrado y meneado con fruición el marco institucional de sus decisiones delante de todo el planeta, y junto a la infanta, como si aquello fueran los cascabeles de la fiesta ? Dicho así, la imagen del palco, ya algo más lejana, es además de penosa, ridícula. Porque mucho se ha andado en este mes. El efecto de la agresión ha desencadenado una respuesta generalizada sin precedentes no sólo asimilando la idea de la mujer en el centro del consentimiento (solo sí es sí, y más aun a partir de ahora), sino creando un efecto dominó en la caida del Imperio del macho en un mundo tan testosteronizado como el del fútbol. De seguro todo ello ha servido de acicate para la reivindicación salarial llevada a cabo por las jugadoras cuyos sueldos están a años luz de sus homólogos masculinos.

Si Rubiales hubiese gastado otros modales, al menos de cámaras para afuera, quizás el beso no consentido a Jenni Hermoso no hubiese sido cuestionado como lo ha sido. Pero contonearse de aquella guisa junto a las mujeres de la Casa Real dejó descolocado a más de uno de esos que no se cuadran ante ninguna mujer. La actitud general de Rubiales aquel día resultó repulsiva para una parte de la población y, para la otra, cuando menos vergonzante.

No sabemos qué habría pasado con la agresión a la campeona del mundo de no haber sido Rubiales una figura tan barriobajera en sus formas, de no haber ejercido presiones mafiosas y de no haber exhibido una prepotencia tan chapucera como lo fue aquel paréntesis de disculpas huecas que reflejaban la ignorancia en materia de derechos humanos de quien pronuncia frases de oídas y sin convicción. No sabemos qué habría pasado de haber sido Rubiales un acosador de modales impolutos, entre otras cosas porque en la mayoría de estos casos el hábito y el monje son uno solo. Pero que no quepa duda de que si hubiese sido un acosador de guante blanco, entonces, los que hoy presumen de no saber distinguir entre un saludo y una agresión sexual hubiesen saltado como monos defendiendo una conducta ancestral que no es más que un esencialismo de género, una pretensión de determinismo biológico.

"En la mirada del depredador reside su ventaja sobre la presa, y -pase o no al acto- el privilegio de su dominio." Clic para tuitear

La opinión de quien escribe estas líneas parte de la foto que encabeza este artículo. La imagen captada decoraba la puerta de los servicios de una consulta de ginecología. Me pareció muy curiosa esa visión de la actitud masculina para designar el lavabo mixto (imagen que seguramente pretendía ser un chiste), sobre todo porque la decisión de ponerla allí a la vista de todas, provenía de una mujer (la ginecóloga). Aunque, en realidad, al fin y al cabo, todo es una cuestión de mirada.

El eterno femenino , principio psicológico y filosófico que defendía una idea inmutable de lo que es una mujer, no es más que eso, una cuestión de punto de vista, y masculino, por cierto. Esa esencia inalterable presentada de diferentes formas, casi siempre amables, ideales y por lo tanto pasivas, canon de ámbito doméstico, privado, existiría en oposición al hombre, que representaría la acción y lo público. O como diría Simone de Beauvoir, un mito patriarcal donde pasividad y erotismo nos excluye de experimentar y actuar.

De igual forma en ‘Brainwashed: Sexo, cámara y poder » (2022), película documental de Nina Menkes se muestra cómo la iluminación en las películas de Hollywood ofrece una visión específica de la mujer. Sin entrar a valorar la omnipresente sobreexposición del cuerpo femenino a lo largo de la historia del cine, basta con el trabajo de iluminación para dotar a la mujer de dos únicas dimensiones. La luz es proyectada de tal forma que el rostro femenino se convierte en una superficie lisa e idealizada, más objeto que sujeto, al contrario que el hombre, donde la iluminación le confiere un relieve en 3 dimensiones, convirtiéndolo en un sujeto real y de acción.

Pues bien, durante años es esta mirada la que se repite sin cesar en las pantallas : la mirada masculina de los directores de cine, de los hombres a la cabeza de las grandes producciones y al frente de las grandes compañías. En el cine, esta cosificación de la mujer se identifica con pasividad, puesto que la finalidad es el placer masculino delante y detrás de la cámara. El sujeto mira, el objeto es observado. Cuando el objeto intenta ser sujeto es castigado en la pantalla, como Gilda llevándose una bofetada de Glen Ford. La agresión sexual es glorificada de forma más o menos evidente, como cuando « Harry el sucio » viola en un cobertizo a una caricatura de mujer histérica e insatisfecha que empieza debatiéndose y acaba entre suspiros. Incluso en « French kiss » la misma Meg Ryan asegura que las francesas dicen no cuando quieren decir sí. Los ejemplos son infinitos. Y así hasta hoy.

Por eso lo que desencadena la agresión sexual parte de una mirada, por definición depredadora si no es correspondida y si no es de igual a igual. Como un beso « robado » o un acto sexual no consentido. El sexo es una forma de poder del animal activo hacia el pasivo, más aún cuando ese poder se ejerce desde lo alto de la jerarquía profesional. Depredador era el el productor Harvey Weinstein, pero también Rubiales o Plácido Domingo, y el tipo que espía a la mujer en los servicios.

Recordemos al actor, dramaturgo, y, en política, impulsor de Ciudadanos, Albert Boadella, justificando la conducta del tenor y acosador sexual durante décadas. El tweet de Boadella decía así: «Las manos de un macho no están para estar quietas precisamente. De lo contrario los humanos no existiríamos como especie.». A esa época salvaje y de supervivencia se remontaba Boadella para justificar tal comportamiento.

Quizás sin sospecharlo corroboraba que en la mirada del depredador reside su ventaja sobre la presa, y -pase o no al acto- el privilegio de su dominio.

Covadonga Suárez

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *